Lectura del santo evangelio según san Marcos (12,38-44):
En aquel tiempo, los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas llevaron a Jesús a presencia de Pilato.
Y se pusieron a acusarlo diciendo:
«Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey»,
Pilato le preguntó:
«¿Eres tú el rey de los judíos?»
Él le responde:
«Tú lo dices».
Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:
«No encuentro ninguna culpa en este hombre»,
Pero ellos insistían con más fuerza, diciendo:
«Instiga al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí».
Pilato al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió.
Herodes, al ver a Jesús, se muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante palabrería; pero él no le contestó nada.
Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con insistencia.
Herodes, con su soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre sí.
Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo:
«Me han traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de ustedes y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusan; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya ven que no ha hecho nada digno de muerte.
Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
Ellos vociferaron en masa:
«¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabás»,
Este había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando:
«¡Crucifícalo, crucifícalo¡»
Por tercera vez les dijo:
«Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que le crucificara; e iba creciendo su griterío.
Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían:
soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad.
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él.
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
«Hijas de Jerusalén, no lloren por mí, lloren por ustedes y por sus hijos, porque miren que vienen días en los que dirán: ´´Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado´´. Entonces empezarán a decirles a los montes: ´´Caigan sobre nosotros´´, y a las colinas: ´´Cúbrannos´´; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?».
Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.
Y cuando llegaron al lugar llamado La Calavera
lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Jesús decía:
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte.
El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido»,
Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente que recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio. Este no ha hecho nada malo».
Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
Jesús le dijo:
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso.»
Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:
«Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu»,
Y, dicho esto, expiró.
El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios
diciendo:
«Realmente, este hombre era justo».
Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho.
Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.
Había un hombre, llamado José, que era miembro del Sanedrín, hombre bueno y justo (este no había dado su asentimiento ni a la decisión ni a la actuación de ellos);
era natural de Arimatea, ciudad de los judíos, y aguardaba el reino de Dios. Este acudió a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo
colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido puesto todavía.
Era el día de la Preparación y estaba para empezar el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea
lo siguieron, y vieron el sepulcro y cómo había sido colocado su cuerpo. Al regresar, prepararon aromas y mirra.
Y el sábado descansaron de acuerdo con el precepto.
Palabra del Señor.
Enseñanza: La Pasión según San Lucas nos muestra el camino de Jesús hacia la cruz como el mayor acto de amor y obediencia al Padre. En medio del sufrimiento, Jesús pronuncia palabras de perdón y esperanza: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» y «Hoy estarás conmigo en el paraíso».
La figura del buen ladrón nos recuerda que nunca es tarde para arrepentirse y volver a Dios, quien siempre está dispuesto a acogernos. También vemos el contraste entre la dureza de los corazones que condenaron a Jesús y la humildad de quienes reconocieron su inocencia y justicia, como el centurión romano y José de Arimatea.
Este relato nos invita a contemplar el amor sacrificial de Cristo, quien entregó su vida por nuestra salvación. Es un llamado a cargar nuestra cruz con fe y a seguir el ejemplo de Jesús en la entrega por los demás.
Reflexión práctica:
- Acompaña a Jesús en su Pasión, dedicando tiempo a meditar en su amor y sacrificio por ti.
- Busca perdonar a quienes te han herido, siguiendo el ejemplo de Jesús en la cruz.
- Ofrece un acto concreto de amor o sacrificio por alguien que lo necesite, como una forma de cargar tu propia cruz.